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martes, 26 de febrero de 2013

Capítulo 12 - Un bar llamado Melocotón.

Miré a Samuel, esto empezaba a ser demencial. La única que podía dar un paso para decidir el futuro de uno de los dos tenía que ser yo. Y tomar decisiones la verdad es que nunca ha sido mi fuerte. Realmente lo miraba más allá de su preciosa mirada color canela esparcida, muy claros, casi verdes.  Por un momento el tiempo se había quedado en un "stop" algo impactante. Miré a mi al rededor y vi a cada uno en su grupo, cada persona a sus cosas. ¿Cómo podían estar tranquilos? Soy capaz de jurar que en ese momento había un terremoto. Mi mente estaba bloqueada incluso para respirar.
-No...- Solté en un susurro. Tenía miedo, y ni siquiera sabía de qué. La responsabilidad de decidir me mataba.-¡No! ¡Vale ya, esto acaba aquí!
-¿Qué?-Me miraba tan atónito que me hubiera resultado cómico verlo desde fuera seguro...
-Que no, que no voy a decidirme ni aquí, ni ahora. Y menos así. No puedo más.
-Pero Esme...
-Ni Esme ni nada. No puedo ni concentrarme en clase mientras que tú estés dando por saco con esto. Que sí, que siento mucho todo lo que te está pasando pero... Pero no puedo seguir así. Me voy.
La campana que anunciaba la vuelta a clase fue perfecta, casi de película. Miré por última vez a Samuel, y fui a la conserjería.
Nunca es difícil salir del instituto con los conserjes que tenemos, son simpáticos y saben perfectamente que sí que estudio y que solo faltaría por razones personales no debidas a la vagueza. En mi opinión se equivocan, pero quién soy yo para decirles que viven en Narnia y todo esto es un gran sueño del que no despertarán.
Salí por la puerta del instituto, algo contrariada porque no sabía qué podía hacer. Me paré dos minutos delante de la puerta pensando, sin mover un solo músculo. El frío aire de octubre recorrío y mi cuello, y decidí ir a un bar en el que sirven alcohol a menores.
Caminé las 10 calles que habían hasta ese bar con la pinta de ir a clase demolida por mis sentimientos, y un bolso en el brazo derecho para llevar solo una libreta para cojer apuntes que ni siquiera me había parado escuchar. Llegué y entré.
El lugar era algo oscuro, con mesas al fondo con asientos de piel sintética y algo desgastada. La barra era larga y bien cuidada, detrás de ella un espejo que ocupaba toda la pared. Un gran cuadro que utilizaba al dueño de el local como modelo para un whisky algo fuerte... En sí el aspecto era algo parecido al bar de Moe de los Simpson, pero mejor ambientado. Habían dos teles antiguas encendidas con una cadena que solo emite música.
El dueño (que estaba como camarero esta vez) algo tosco me preguntó que quería. Entre ese hombre del que nunca supe el nombre siempre hubo una cierta confianza, nunca había pagado de menos y era fiel a su bar todos los sábados. Dejé 20€ sobre la mesa. Que por cierto llevaba encima durante dos semanas porque no necesitaba gastarlos y de toquetearlos con ansia de encontrar algo que comprar (soy algo compradora compulsiva) estaban ya bastante desgastados.
-Por favor dame la botella de Tequila, 4 limones, y la sal. Ah, y 3 vasos de chupitos.
-Eso es demasiado, no quiero problemas aquí.
-No voy a beber sola. En cuanto me vea demasiado mal pararé, puedes quedarte el cambio.
No pareció gustarle la idea, pero perder una buena clienta como yo, haría en cadena que la gente con la que salía por la noche no viniera, y facilmente son de 100 a 200 cada sábado. No le convenía, y él lo sabía.
 Me puse en la mesa que me pareció más oscura.
Primer chupito, mi garganta ardía, la boca del estómago ahogaba en ese mismo alcohol el grito de socorro.
Esperé dos minutos. No quería vomitar, por lo menos no aun.
Un videoclip algo psicodélico usaba el pequeño y antiguo televisor que veía desde mi posición.
Otro chupito. El calor fue el mismo, pero ya no escocía tanto. Decidí tomarme otro seguido.
Chupé la sal de nuevo, bebí, mordí el limón. La verdad es que nunca he sabido si ese era el orden, pero así me funcionaba. Al cabo de media hora iba por el chupito número 5. No podía beber más rápido porque no sabía si podría hacer que la botella dejara de verse doble.
El camarero se había ido a dar una vuelta, y había dejado a la que supongo su mujer metida en un pequeño portátil con una manzanita mordida en la parte trasera de la pantalla.
Otro videoclip, esa vez lento. Me sonaba la letra y ni si quiera sabía de qué. Empecé a cantarla en bajito.
-Añoro escuchar tu voz, derrotado y ganador, fue lo mejor... Duele muy fuerte, por poder rozarte una vez más, he vendido mi suerte...
Y lloré, ni si quiera me dí cuenta hasta que me noté la cara tan mojada que busqué disimuladamente servilletas porque tenía las manos pegajosas.
Chupé sal, bebí, mordí limón. Y decidí sacar mi móvil en un alarde de lucidez, pensé yo. Gilipollez me doy cuenta ahora.
Te necesito. Estoy en el bar Melocotón. 
Y es cuando me dí cuenta de que no sabía a quién mandarlo. Entonces espero a que la pantalla doble de mi móvil deje de moverse para poder teclear un número. En ese momento agradecí autocorrector, no se notaba nada que estaba borracha por el texto que he escrito, gracias tecnológia.
Núria. Me vino como una de esas cenizas apagadas a la mente, de esas que se encienden de nuevo si soplas en la lumbre y son preciosas. Pero no podía llamarla, era pedirle demasiado.
Sin pensar toqué el móvil y me quedé semi dormida en el sofá/sillón/asiento todavía llorando y escuchando otra canción anglosajona algo melancólica.
Cuando conseguí levantarme para ponerme otro chupito, oí al dueño del bar , estaba pasando drogas y por un segundo me planteé ir corriendo hacía él y partirle una botella de cristal en la cabeza. Porque puede que fuera él, él que le pasara a Samu la coca. Y eso me puso enferma. Me sirvo otros dos chupitos seguidos. Me quemaron de nuevo internamente. Una frase llegó a mi cerebro : "Bebo para curar heridas internas."
Y pensé en la razón que tenía.
Oí a dos personas entrar en el bar y hablar con el camarero, incluso oí como le gritaban, pero mi mente estaba tan atrofiada por el Tequila que no lo entendí. Dos segundos más tarde Honey me miraba de cerca. Samu se dedicaba a recoger mis cosas.
-Parad. -Dije sin mucha convicción.- Queréis una respuesta, la tendréis.
-Esme, para por favor.- Ví que estaban preocupados de verdad, pero no pude parar. Lo que soltaba por la boca eran palabras que no pedían permiso para salir de mi cabeza.
-Juguemos. ¿No va de eso? ¿De jugar como idiotas los tres? Un trío de idiotas.- Me reí yo sola, e intenté coger con la mano derecha la botella, pero Samu me la arrebató.-Os prometo una respuesta si seguís bebiendo conmigo. Pero aquí no... No... Aquí no. Vamos a mi casa, no hay nadie.-Ambos me miraron como si hubiera perdido la cabeza, pero supongo que no se les ocurrió nada mejor para sacarme del bar.
15 minutos después estábamos en la puerta de mi casa. Mis llaves estuvieron jugando al escondite conmigo, solo para hacerles creer que estaba más borracha de lo que lo estaba.
Entramos, y mi casa me pareció más grande, no había nadie y no lo habría en todo el fin de semana.
Me solté de los brazos de Honey y corrí hacia la cocina, cogí un ron que me pareció que tenía una botella bonita, tres vasos de cubata y corrí al salon.
-Juguemos ahora.- Me senté en el sofá, y ellos se sentaron en los dos sillones que habían en frente del sofá. Me miraron pensando (con pesadez supongo) que sería la única manera de que no me tirara por la ventana o se la jugara de alguna manera. -¿Preferís el "yo nunca" o pasarse el chupito entre los tres?
-No queremos jugar a nada, Lady Curl... - Me miró con tristeza Honey. Samu le secundó con una sonrisa bastante triste.
-Esa no es ninguna de las opciones.-Vale, sé que fui una cretina y una cría. Pero hablaba por mí el deseo, el tequila que era bastante malo, y las ganas de probar ese ron. -Juguemos al yo nunca.-Deseaba saber qué había hecho Honey, bueno y un poco Samu...
-Tus padres vendrán dentro de poco, no querrás que te vean así.
-Mis papis se van de fin de semana, querido. Va, vamos a jugar, si no, me beberé yo sola toda la botella.
No les dejé otra opción que aguantarse y hacer lo que yo quería. Cada vez veía más borroso pero sentía todo de una manera algo magnificada.
-Está bien, pero promete que solo jugaremos unas 3 o 4 veces...
-Vale...-Solté enfadada, pero al segundo la euforia y la risa pudieron conmigo.-Empiezo yo. Yo nunca he tenido sexo.
Todos bebimos. Siguió Samu.
-Yo nunca he matado a un ser humano.
Ninguno bebió. Me pareció raro, pero lo dejé pasar. Era el turno de Honey.
-Yo nunca he besado a una chica, con lengua.
Y lo entendí, prentendían que no bebiera. Así que hice lo que mejor sabía hacer en ese momento. Bebí.
-¿Qué? Hay que ser sinceros... -Ambos me miraron estupefactos, conseguido el efecto deseado.- Yo nunca he deseado a alguien que esté en esta sala entre mis sábanas.
Todos bebimos.
-Te toca Samu.
- No.
-Va, por favor otra ronda. Ya casi se me ha pasado del todo, pero esperar voy al baño. -Era verdad casi se me había pasado.No vomité, después de orinar sentí el bajón post-borrachera y necesité más alcohol.- Juguemos todo el día y toda la noche. Sin ponernos demasiado borrachos. Va, es mi última oferta.
Honey me miraba con preocupación, pero se dio cuenta de que lo decía en serio, sabía que yo no quería vomitar y que me encontraba mejor.
-Vale, pero sin pasarse. Siempre es divertido jugar, ¿No?
-Bueno, si no queda otro remedio yo también jugaré.
Ambos aceptaron, no de muy buena gana, pero puse música, llevé a la mesita que había entre el sofá y los sillones muchas chucherías y bollos.
Íbamos tan poco a poco que nos costó más de tres horas ponernos algo más que "piripis". La situación dejó de tener tensión, vimos una peli, bailamos, incluso comenzaron a habar entre ellos.
-Yo nunca he hecho un trío.-Dijé cuando todos estábamos a punto del coma etílico
Ninguno bebió.
Me acerqué a Samu  y lo besé muy sensualmente, y luego a Honey. Ambos me miraron como si estuviera loca, pero estábamos tan al borde del colapso que no pudiero evitar la tentación.
Me quité la camiseta, ellos también. Me quité el pantalón, ellos también. Empezamos a besarnos, a hacer el amor de una manera distinta a todas las que la había hecho. Las manos de ambos recorrían mi cuerpo, sus cuerpos ardían, sus labios recorrían mi piel sin escrúpulo alguno... Desapareció la ropa interior...
No recuerdo todo de esa noche, pero sí recuerdo que fue una de los momentos que más me han marcado, uno de los latidos más fuertes de mi corazón.

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